ENSAYO:
¿Dónde está la poesía contemporánea en 2025?
> “No vine a decorar el mundo. Vine a cambiarlo.”
— Camonghne Felix
“Poesía, perdóname por haberte ayudado a comprender que no estás hecha solo de palabras.”
— Roque Dalton
1. La pregunta no es inocente
Preguntar por la poesía en 2025 es como buscar agua en medio de un incendio: está, pero en fuga; existe, pero en estado mutante, impredecible, contradictorio. No se la encuentra fácilmente en los anaqueles ni en las ferias, pero sí en los márgenes, en los teléfonos, en los suspiros rotos que alguien convierte en texto a medianoche.
¿Dónde está la poesía? ¿Dónde late? ¿Quién la escribe? ¿Y para qué?
El interrogante no es ingenuo. Es un gesto de búsqueda, de sospecha y también de resistencia. Porque si la poesía aún persiste —a pesar del mercado, el algoritmo, la máquina de likes— es porque tiene algo que decir como nadie más se atreve a decirlo.
2. Formas rotas: el fin del verso obediente
La poesía ya no se arrodilla ante la métrica. No rinde culto al soneto ni teme romper el ritmo. La mayoría de los poetas contemporáneos escribe en verso libre, como si la urgencia del mundo no cupiera en los moldes heredados.
Ya no se busca el verso perfecto, sino el que duele.
El que no pide perdón.
El que dice sin ornamentos.
El poema puede ser una frase suelta, un eco visual, una grieta en la sintaxis. Puede no rimar. Puede ni siquiera parecer poesía. Y, sin embargo, lo es, si se atreve a decir lo que el lenguaje oficial censura.
Un ejemplo de esta fractura se ve en obras que rompen la puntuación o desordenan la linealidad para reflejar el caos de lo vivido. Algunas lloran la “muerte del verso clásico”. Pero otros celebran su funeral con aplausos y gritos: una insurrección del alma sobre la forma.
Esta transformación no es solo técnica; es histórica. Va del mármol modernista al barro actual. De la estatuaria perfecta al escombro que canta. La poesía ya no es forma, sino fractura. Ya no es tributo, sino traición.
Una lengua que se muerde para no obedecer.
3. Temas que arden
La poesía de este tiempo escribe desde el temblor. Habla del cuerpo como campo de batalla y de gozo. Del género, la rabia, la ansiedad, el deseo sin permiso, el duelo sin ritual. Ya no se escriben odas al mármol, sino al barro bajo las uñas.
Aparecen poemas sobre:
el hastío laboral,
la maternidad sin romanticismo,
la rabia política,
la soledad de quienes no encajan,
los cuerpos que insisten en sentir.
Es poesía que no embellece el mundo. Lo cuestiona. Y si se detiene en una flor, es solo para advertir que alguien la ha pisoteado.
Fragmentos como este de Camonghne Felix sintetizan esa urgencia:
> “No vine a decorar el mundo. Vine a cambiarlo.”
4. Poetas que incomodan y plataformas en constante cambio
La poesía más viva de 2025 no lleva apellido editorial. Respira desde los márgenes: cuentas anónimas, talleres barriales, plataformas errantes. Algunas no buscan premios: buscan decir.
Autoras como Camonghne Felix, Anne Carson, Kae Tempest, Franco Rivero, Natalie Diaz, Valeria Tentoni o Luna Miguel no escriben para complacer. Escriben para incomodar. No persiguen la perfección del verso, sino su arista más filosa. Su temblor más irrepetible.
En plataformas digitales como Instagram, TikTok o foros colectivos, la poesía se vuelve performativa, efímera, viva. Se quiebra y renace en la interacción. Deja de ser un objeto cerrado y se convierte en un cuerpo abierto al riesgo. En un virus que infiltra al algoritmo.
5. La poesía como acto subversivo
En 2025, escribir poesía es un acto de resistencia. Porque no rinde. No vende. No se viraliza fácilmente. Y, sin embargo, persiste.
La poesía es negarse a escribir como dicta el mercado.
Es nombrar el dolor sin filtro.
Es hacer del lenguaje un refugio, una espada o una caricia que arde.
Un puñal envuelto en susurros.
En un mundo de ruido, la poesía es una forma de escuchar lo que se calla.
En un mundo de prisa, es lentitud radical.
Y en un mundo de apariencias, es la verdad desnuda.
Su poder es condensar lo indecible en pocas palabras. Ser grieta, espejo, herida. Y a veces, salvación.
6. ¿Y dónde está?
La poesía contemporánea está ahí donde no se la espera.
En una libreta arrugada.
En una publicación de madrugada.
En un verso que no rima, pero sacude.
En un cuerpo que no encaja, pero resiste.
En un idioma fracturado, pero sincero.
Está en los márgenes.
En los cuerpos disidentes.
En las voces que ya no caben en el molde.
En los poemas que no piden permiso para existir.
Y sobre todo, está viva.
Y no pide perdón por respirar.
Aunque la academia la ignore.
Aunque los algoritmos la entierren.
Aunque las editoriales la prefieran domesticada.
La poesía sigue siendo una forma de decir lo indecible.
No es tendencia.
No es adorno.
Es trinchera.
Es espejo.
Es grito.
Es rastro.
Es brecha.
Es germen.
Es el lugar donde el lenguaje se desnuda
y el alma no teme mancharse.
Así que, si alguien vuelve a preguntar dónde está la poesía en 2025…
que no mire a las vitrinas.
Que escuche el temblor bajo sus pies.
Y si no la encuentra, que la escriba.