liocardo

CUALQUIER TIEMPO PASADO

 

\"He visto más que Descartes 

Porque me he erguido sobre hombros de gigantes\"

(J. Pascal)

 

 

 

Alguien dijo; la frase no es mía, la escuché o leí en alguna parte, que “a una persona se la conoce mejor por los libros que tiene en sus estanterías que por los que ha leído”. Lo entendí y me encantó esa sentencia, porque es verdad.

 

Pasaba en la calle comercial frente a una librería y la muchacha pone cestas de libros de segunda mano a dos y tres euros. Nunca me paré por allí; aunque no es la primera vez que paso. Pero de repente, me dio por parar y mirar. Yo tengo una teoría: las letras buscan al lector y no al contrario. (y esta frase sí es mía).

 

Mirando entre las insulsas publicaciones, por sus títulos los conocerás, me encontré “La Regenta” por tres pavos!!! de Clarín. Vale, de manera preventiva, porque estoy harto de empezar a leer libros que a un cuarto me suena y me doy cuenta de que ya lo había leído ( y a mí los clásicos me encantan; es lo que tiene haber sido una rata de biblioteca), pues no. Desde las tres primeras páginas estoy seguro de que si hubiera leído tanta genialidad, no lo hubiera olvidado; fue un genio el tipo.

 

Ahora no tengo la cabeza para leer igual que no tengo el corazón para la poesía. Pero es posible que me toque hacer un viaje a lo desconocido y me lo llevo conmigo para leerlo en la sala de espera. Lo merece y no merece no haberlo leído.

 

Y a esto me quiero referir:

 

Sí, Clarín fue un genio, en lo imaginativo. Me explico con un ejemplo:

 

Paseaba por una ciudad cualquiera, yo soy un turista raro; inusual. En el centro de la ciudad veo una vivienda en ruinas; abandonada, de techos derruidos y puertas abiertas entre los escombros. No lo pude evitar y me pudo la curiosidad. Aún arriesgando mi integridad; sin casco; me aventuré. Indagando entre el polvo y los cascotes, me encuentro un cuarto intacto donde había una cama y pañales de adultos (alguien mayor fue allí cuidado). En la pared de pinturas descascarilladas estaba colgado un calendario de 1982. En una mesilla,cubierta por “la famosa pátina del tiempo” (como escribió Benedetti) abrí un cajón y entre varios papeles encontré una carta cerrada: tenía remite y remitente; Pero no tenía sello. La señora que habitaba el lugar fue costurera, y había hecho un trato con una hostelera de Madrid que tenía un hotel. Le confeccionó manteles, sábanas, colchas y demás ajuares a su hospedería, pero ésta no había correspondido con el abono económico acordado, así que le hacía un reclamo. Puede ser que antes de enviar la misiva el asunto se hubiera solucionado y quedó en el olvido.

 

Lo que vengo a decir: que aquella carta era una obra de arte: escrita a mano, por supuesto, sobre un folio en blanco, la caligrafía parecía hecha en letras de molde. El espacio entre líneas y párrafos se diría que estaban medidas a la milésima parte del milímetro, pero sé que no. La gramática impecables y las formas elegantes y diplomáticas conque una costurera reclamaba un pago sin perder la compostura ni el don de gente…

 

Si entendemos que los últimos indicios de vida de aquel lugar eran del 82 y no tenemos por qué no pensar que esas personas murieron de senectud, podemos deducir que fueron nacidos a principios del siglo XX. Incluso a finales del XIX y ser coetáneos de Don Leopoldo.

 

Me refiero a que en este siglo nos creemos muy listos y cultos. Pero, para no remitirnos tan atrás, podemos hablar de los años 50, 60. 30, 20. Escuchar programas radiofónicos, locutores y comentaristas o leer publicaciones en prensa; debates políticos o filosóficos de gran altura intelectual y culta. Hasta dos borrachos cualquiera en un bar se peleaban con palabras más elegantes. No era sólo de escritores. La gente, aún humilde, tenía un nivel de cultura y vocabulario, una capacidad de expresión apabullante. Sí, los profesores eran muy rigurosos (“la letra con sangre entra”), pero esa generación que tuvieron la capacidad de vivir ese auge de cultura (que no únicamente las letras sino también las ciencias); hasta lo más insulso se hacía con arte. Y esa carta la perdí, pero no es de extrañar cuando tengo una caja llena de manuscritos mutilados. Aún así, saqué fotos y la compartí con amigos, y fue tema de conversación durante mucho tiempo (pero como también pierdo los móviles, pues tampoco tengo las fotos). 

 

Eso sí: nosotros somos los evolucionados (entiéndase el sarcasmo).