Tomás Sánchez Rubio

ÁRBOL DE ACANTILADO

Creí amanecer azotado

por el travieso viento de poniente,

niño loco y díscolo,

que desde el mar jugaba a despertarme

a golpe de salitre y gaviota.

Me vi siendo árbol añoso al borde

del acantilado,

viejo pero firme y decidido

a la hora de troquelar el aire

con mis silencios.

Tomaba prestadas mis raíces

de las hermanas algas que intuía

 a mis pies jugando entre risas

A la comba combada,

Y se me hacían las ramas manos

de dedos arrugados por el agua

que se escapaba para arriba huyendo del mar

para besarme los gestos.

Regalaba sombras a quien

temerariamente

se acercara para acariciarme

mi cara de leño partido

sin vergüenza ni sonrojo.

 

Creí seguir soñando con

Ser árbol que florecía

A pesar de la brisa

Y de las mareas rampantes

Más azules que el cielo

Sobre mi sombrero de altas

y agradecidas copas.