Nelaery

Tribulaciones de un Hada Torpe en el Bosque Nevado

Titania era un hada. Y ése era, precisamente, su mayor problema. Poseía un talento innato para la calamidad, una habilidad tan pulida que la purpurina, las mariposas y el resto de los elementos mágicos huían despavoridos a su paso. Sus desgracias no eran del tipo delicado; más bien dejaban una estela de desastre puro: “derribar una torre de champiñones laminados” o “confundir un oso hibernando con una alfombra de piel confortable” eran solo un par de ejemplos de su extenso historial de épicos desastres.

Fue en una fría noche de invierno cuando resbaló sobre una capa de hielo quebradizo, y ya nadie se sorprendió. La verdadera sorpresa fue la estruendosa aparatosidad de su caída.

—¡Maldito infierno y sus infernales resbalones! —exclamó con la voz ahogada por un puñado de nieve en la boca.

Se levantó con la dignidad maltrecha y un cojín de nieve pegado a su retaguardia. Cojeaba visiblemente y sus finas alas, que en teoría debían ser un prodigio de elegante ligereza, ahora parecían dos pañuelos mojados. Chorreaban una tristeza tan pegajosa que hasta los copos de nieve a su alrededor se encogieron de hombros con resignación.

Para empeorar la situación, el Bosque Nevado ya llevaba un par de siglos soportando sus impericias y se estaba quedando sin paciencia. Los aterrizajes forzosos de Titania habían aplastado más violetas de invierno que una estampida de renos, y sus hechizos de embellecimiento personal habían convertido a un venerable pino milenario en una especie de escoba de bruja adornada para un aquelarre.

—¡Otra vez! —susurró un abeto centenario a un grupo de jóvenes pinos que ya consideraban declararse en huelga de ramas caídas—. Con cada patinazo, este bosque se llena de miseria. ¿Vieron cómo dejó la ladera del Cerro del Suspiro Congelado?. Parece que pasó una manada de troles con resaca.

Y, para colmo, esa noche empezó a caer nieve ácida. O eso juraba Titania, mientras se frotaba los ojos para aliviar el picor. Lo cierto es que eran solo lágrimas de frustración, que la inepta hada nunca admitiría.

—¡Estos sucesos empobrecen mi rol de ninfa mágica! —gimoteó, resbalando de nuevo y aterrizando sobre una pila de bellotas heladas con un sonoro \"¡Ouch!\".

La gota que colmó el vaso para el Bosque Nevado llegó durante una noche de fatal insomnio para Titania.

Cansada de ser el constante amortiguador de sus caídas, la Dama de Nieve se le apareció. Viendo que todos los habitantes del bosque y ella misma eran víctimas constantes de los desastres causados por la ineptitud de la pobre Titania, decidió retarla a un duelo. No con espadas ni hechizos, ¡qué disparate! El arma elegida fue la varita mágica y el lugar sería en donde la propia Dama de Nieve denominaba “el manicomio de los bardos cursis”. El escenario de este inusual torneo sería un claro en el bosque, escondido entre los alerces más viejos, donde los trovadores druidas se reunían. Titania los llamaba “los bardos del meconio” porque sus versos eran más pegajosos y desafortunados que un derrame agudo de miel.

—¡Por los cantos cursis, protesto! —gritó Titania, empuñando una gruesa rama rota como si fuera la varita mágica más poderosa del universo.

La Dama de Nieve, altiva y majestuosa, se organizó en pequeñas ventiscas que arremetieron contra ella con una furia inusual. La batalla fue épica y ridícula a partes iguales. Titania patinaba, mientras la Dama de Nieve se fundía en el fragor de la contienda. El hada intentaba golpearla con la rama, y la Dama de Nieve le lanzaba copos de pedrisco seco.

Mientras tanto, los bardos acatarrados seguían recitando sobre “la escarcha diamantina del alma pura” o “el rocío etéreo que besa la flor al alba tardía”. El público de la batalla, ajeno a la contienda, eran los árboles y el aire frío que se arremolinaba con curiosidad. Al final, nadie ganó, pero la batalla dejó a la Dama de Nieve un poco más escaldada, y a Titania un poco más destartalada, y con un nuevo chichón en la cabeza.

El Bosque Nevado suspiró aliviado. Al menos por esa noche, la incapacidad de Titania había encontrado un nuevo y peculiar escape. El hada torpe, después de días vagando por el lugar y aguantando caídas y golpes, decidió buscar un cobijo seguro para poder descansar y recuperar su dignidad herida. Encontró una cabaña de leñador y entró para refugiarse.

Como no había luz, entró a tientas. Se cayó y avanzó a gatas por el suelo. Palpando, notó algo que parecía ser un camastro. Exhausta, después de tanta lucha, se tiró de golpe sobre el catre y, en ese instante, oyó un grito lastimoso que le erizó los cabellos. El grito venía del banco mismo sobre el que se había lanzado. No podía ver nada, pero pronto descubrió quién era el causante del aullido.

Había caído justo encima de un leñador que, después de un día agotador, por fin descansaba en su colchón. La varita mágica de Titania había quedado clavada en su frente, casi cercenándole un ojo. El hombre, sin saber qué tenía encima, apartó el pesado bulto con fuerza, tirando a la pobre Titania al suelo.

Atónito y dolorido, el leñador encendió un candil y descubrió a la trastocada hada sentada en el suelo con los ojos tan abiertos que parecían dos ascuas de carbón. El hombre, todavía conmocionado, se frotó la herida en la frente y, por alguna razón que nadie entendería, confundió a Titania con la chica más bella del entorno.

Titania, con la cabeza todavía dándole vueltas, notó el hilo de sangre en la frente del leñador. De manera instintiva, posó su varita sobre la herida y, para su propia sorpresa, la magia hizo su trabajo. La herida se curó al instante, y el brillo de la sanación envolvió el lugar.

Esta vez, la magia había funcionado. Y las cosas empezaron a salir tan maravillosamente bien que Titania se convirtió en el hada más prestigiosa de los alrededores.

Mientras tanto, los copleros resfriados seguían en su mundo, sin saber que casi habían sido barridos por un hada y una montaña de nieve, en una protesta cósmica contra sus rimas descabelladas. Quizás el bosque disfrutaría de unos días de paz antes del próximo desastre provocado por la que, en su momento, fue un hada desdichada.

Y los bardos, sin saber la verdad detrás de la historia, cantarían las nobles gestas de la renacida Titania.

 

 

*Autores: Nelaery & Salva Carrion