El poema acostumbra
a ser un epitafio sin sentencia
sobre las espaldas de la noche
reptando adentro
como si creciese
frondosa y pura la raíz
de una feroz nevada
al ver graznar mi alma
carroña nutricia del cuervo,
luz de un solo rostro
esa rosa
cuyo fuego huele a sal del mar
suponiendo que el alma ardiera
sin dejar huella
atado a los cielos
que cose el sol
con nuestra encarnadura
rompiente pedregosa
el celeste vástago
otorga miradas secretas
como si de cianuro se tratara.