Carlos Eduardo

JRR Tolkien

 

Las fantásticas olas mecidas en las copas de árboles milenarios

le susurraban al viento adónde ir

 

el Ave Fénix lo acompañaba

enternecido por el silbido suave de su canto

que era como su propio canto

 

la cuenca era angosta de alta pendiente

aguas cristalinas se deslizaban agitadas

entre peñascos, helechos y niebla

 

en la cima de las montañas

patos nadaban en lagunas deliciosas,

cóndores planeaban imponentes

 

la brisa acarició a los zorros plateados

deteniéndose a descansar 

 

Fénix se remontó, entonces, hacia nuevos horizontes