Qué difícil es saber
mantener la compostura
justo antes de caer
al cráter de tu cintura.
Aun sabiendo que el abismo
es un viaje sin retorno,
me baño en ese bautismo
de tu lava y su contorno.
Sumerjo a los más profundo
del calor de tu caldera
y exploro todo ese mundo
escondido en tus caderas
para sorber el fecundo
rocío de tu primavera.
Es tu cuerpo mi jardín,
es tu vientre mi tesoro
que robo como un botín
sin clemencia ni decoro.
Es tu boca mi alimento,
son tus pechos mi locura,
es tu gemido un violento
ataque de autocensura;
tu respiración, el viento
que sopla en la singladura
que te recorre por dentro
las entrañas sin cordura.
Tu espalda es la curvatura
de barrocas arquivoltas
que placentera soportas
con femenina mesura
cada vez que te someto
al embate de mi cetro.
Veo tus manos aferrarse
a la sábana y la almohada
como queriendo negarse
a consentirte entregada,
pero tus ojos no mienten,
como no mienten tus piernas:
ellas saben lo que sienten
cuando se agitan y tiemblan.
Y nos comemos a besos
para saciarnos el hambre
hasta vaciar los excesos
del polen de mis estambres.
De su amor me quedé preso
al quitarle las mortajas.
Yo solo pensaba en sexo;
ella, a mi izquierda, en sus pajas.