MI EXISTENCIA
Mi credo es la arquitectura del alma, el camino que he labrado con mis pasos, aunque no todos fueron firmes o seguros, me sostiene la conciencia tranquila, pues comprendo que mi esencia se forja en la divergencia de lo establecido, y que trascender los límites impuestos es la razón de todo ser consciente, la única verdad que se expande más allá de cualquier dogma preconcebido.
No sigo mandatos sociales que pretenden dictar cómo debo vivir mi historia, soy hombre y mi fe no se ata a divinidades ni a amores convencionales, mi compañero fiel es un animal, y en sus ojos encuentro pureza y lealtad, a mis cincuenta años me hallo entero, sin la urgencia de un amor pregonado, disfruto el licor por elección propia, no por moda, con mesura y memoria.
El ser humano puede erguirse sobre la tierra y asumir su propia realidad, reconociendo que es dueño absoluto de sus actos y su voluntad creadora, sin temor a carecer de amparo celestial o de guías superiores a su mente, pues en este mundo material y tangible todo lo que hacemos lleva nuestra marca, y esa libertad es el motor que impulsa cada logro, cada meta que se alcanza.
También existe un mundo interno, esencial, donde nos miramos sin disfraces, y nos preguntamos con honestidad quiénes somos en la quietud del espíritu, aceptando nuestras faltas, nuestras grietas, nuestra humana imperfección, ese universo íntimo es la brújula que da dirección a nuestra existencia, el espacio sagrado donde el sentido se renueva con fuerza y constancia.
Somos prisioneros de lo que hacemos, cautivos de las decisiones tomadas, cada paso que damos deja una huella que influye en nuestro destino y el ajeno, a veces el impulso nos arrastra a decir palabras que hieren sin piedad, y luego, en el silencio, sentimos el peso de haber causado un dolor innecesario, como ese hombre atormentado que carga con las cadenas de su propio error.
Aprendí que debemos reflexionar antes de dejar que la emoción nos domine, pensar con calma antes de hablar, medir el impacto de cada una de nuestras acciones, asumir con valor las consecuencias de todo aquello que elegimos realizar, y tratar a los demás con respeto, con la justicia que esperamos para nosotros, solo así la libertad verdadera podrá florecer en nuestro corazón cansado.
La vida es un tejido de momentos, de elecciones que nos definen sin vuelta, y aunque a veces tropecemos con obstáculos o con sombras de arrepentimiento, cada caída es una lección que nos invita a crecer, a entender más profundamente, a valorar la conciencia que nos guía como un faro en la noche de la duda, y a seguir construyéndonos con paciencia, con amor, con humilde perseverancia.
Nadie más es responsable del rumbo que tomamos en este viaje incierto, las excusas son jaulas que nosotros mismos construimos para evadir la verdad, por eso elijo vivir con los ojos abiertos, con el corazón alerta y la mente despierta, celebrando cada triunfo, por pequeño que sea, como un tesoro personal, y aceptando cada error como una oportunidad para renovar mi camino.
Al final, la mayor satisfacción es saber que he sido fiel a mi propia esencia, que no me dejé llevar por corrientes ajenas ni por presiones externas dañinas, que amé con intensidad cada logro, cada instante de claridad y de crecimiento, y que en el centro de mi ser hallé la fuerza para mantenerme en pie, firme, aun cuando la tormenta azotó con furia mi mundo exterior y mi calma.
Porque existir es eso: crear sentido desde la autenticidad más profunda, tejer con hilos propios la tela de un destino que nos represente por completo, y nunca dejar de buscar, de preguntar, de dudar, de sentir, de vivir con plenitud, hasta que cada latido lleve la marca indeleble de una vida conscientemente elegida, y podamos mirarnos al espejo y encontrar, por fin, paz en nuestra propia mirada.
—Luis Barreda/LAB