Yoleisy Saldana

Narciso.

Recuerdo cuando llegaste, te colaste como la humedad, fingiendo un amor extraordinario, pintando de color de rosas como el mejor de todos.

 

Me llenaste de detalles, haciéndome sentir la dueña del mundo. No me di cuenta hasta que fue tarde: tu amor fue una balanza rota, una moneda al aire, el espectáculo de una obra barata disfrazada de algo que creí especial.

 

Así empezó nuestra historia perfecta, fascinante, con una mezcla indescriptible de lo que siempre soñé.

 

Todo fue magia hasta que entendí lo macabro de tu juego, tus estrategias maestras. Con la precisión de un depredador a su presa, me envolviste, dejándome indefensa ante tu letal ataque.

 

Te vi entrar por mi vida, me atrapó el alma aquel bombardeo de amor; me pintaste una historia perfecta donde era yo tu reina, me vendiste un sueño que al final resultó una pesadilla completa. Se volvieron barrotes la libertad de la que hablabas, y un castillo de arena aquello de una vida juntos.

 

Todo acabó aquel día en que, con rabia, se me cayó la venda de los ojos, quedando al descubierto tu máscara de perfección, y quedó vacío el escenario sin aquella tonta que validaba tu ego enfermo.

 

No sé si me recuerdas, Narciso, o si me olvidaste. Tal vez, en ocasiones, llegue a tu mente como aquella mujer que no dejó que un sentimiento deficiente fuera el protagonista de su historia. Te escondiste detrás de la fachada perfecta: un amor lleno de promesas rotas.

 

Quedándote solo en el camino de guerras perdidas, cargando en tus hombros la incertidumbre de lo que pudo ser un final perfecto, más dejaste escapar por juego maquiavélico.

 

Hoy caminamos en direcciones distintas: tú sigues peleado con el niño roto que vive dentro de ti; más yo, en paz, me reconstruyo, dejándote en el pasado como una lección aprendida de aquello que jamás volvería a tolerar en lo que me resta de vida.