Leoness

Siete días en Gaza

Siete días, una semana en Gaza,

mi cámara, un sudario,

mi lente, un ojo ciego,

fotografiando la muerte.

 

El niño que no llora,

el anciano que no respira,

la madre que no abraza,

la vida que se extingue.

 

Las naciones del mundo,

con sus balanzas de poder,

buscan un negocio que no existe,

pues las vidas, ¡otros las harán volver!

 

Mientras, un solo rostro,

un detestable nombre desconocido,

se atreve a mirar, a hablar, a sentir,

pero solo para convertir el dolor en turismo.

 

El de los ojos fríos, mirada languida,

el que vió negocio en las ruinas,

el que soñó con hoteles de lujo

donde antes hubo casas y vidas.

 

Ese rostro que asoma en ventanas,

al mundo de las ruinas personales—

el  lujo sobre la sangre derramada

sin importarle que la suya surgió en penalidade

 

A aquellos que del dolor se aprovechan,

sin querer recordar, pero sin ignorar,

que algunos también fueron un producto al azar,

de injustificados medios que los fines  justificaba.

 

Mi mochila, llena de reflexiones imágenes,

mi alma y mi entorno un desierto,

regreso entristecido a casa,

con la certeza amarga

de que el mundo ha perdido su alma,

su humanidad y razón,  su corazón.

 

No hay petróleo, no hay diamantes,

solo almas rotas y casas destruidas,

un pueblo que lucha por sobrevivir,

mientras los drones dibujan sombras

en el cielo gris de una humanidad humillada.

 

Y yo, el fotógrafo,

solo un testigo mudo,

con mis cámaras

y mis manos manchadas

de la sangre de un pueblo

que muere lentamente de lamentos, en silencio.

 

¡Es como si el castigo eterno se abatiera sin control sobre la liturgia sagrada, idolatrada por enésima vez!