Nací riendo,
y ya era tragedia:
el médico anunció mi llegada
como quien anuncia la deuda que falta por pagar.
Crecí jugando,
y me dijeron que la vida era seria;
pero los adultos escondían su llanto
detrás de carcajadas compradas a crédito.
El amor me abrazó como un dios
y me dejó como un mendiga.
¡Oh comedia cruel!,
me robaste los bolsillos
pero dejaste intacta la ilusión de buscarlos llenos.
La muerte me guiña un ojo,
como amante viejo que ya me conoce;
y yo, con ironía,
le devuelvo un brindis de vino barato,
esperando que al menos me saque a bailar.
En el fondo,
somos un chiste que no entendemos,
una tragedia que nos queda grande,
y un eco filosófico que pregunta:
—¿de verdad creíste que había sentido?
Río, lloro, pienso.
Y mientras tanto,
el universo aplaude con silencio
a esta bufona que tropieza en la cuerda floja,
donde cada caída es un ensayo,
y cada aplauso, un epitafio disfrazado de chiste.