Soy la isla sin puerto, el joven sin rumbo,
el barco a la deriva, el solo, el que no tiene.
La noche me envuelve con su mudo tedio,
anhelando un amor que el destino retiene.
No hay espejo que muestre un reflejo de encanto,
mas ella es la perfección hecha de luz y calma.
Es el verso más puro, el suspiro más santo,
un oasis de paz en este desierto del alma.
Pero su jardín tiene un guardián lejano,
un \"debes en cuando\", un deber sin desvelo.
Y yo, desde lejos, con mi corazón en la mano,
miro cómo languidece su vida sin consuelo.
Mas cuando a mi lado, por instantes, se encuentra,
el universo entero deja de latir.
No hacen falta palabras, ni promesas ni aventuras,
solo existir juntos, tan solo compartir.
Y en el silencio nuestro, un grito se levanta,
sus ojos me convocan: \"Ven, abrázame fuerte.
Huyamos de todo, que nada nos espante,
olvida mi nombre y reclámame hasta la muerte\".
Y yo, con la mirada, le respondo en secreto,
acallando el deseo que me quema por dentro.
Mi alma entrega todo, sin pedir un decreto,
por un \"quizás\" eterno, por un solo momento.
Ella vive atrapada tras un muro de normas,
un futuro dictado por una estirpe severa.
Una boda sin amores, unas cadenas que conforman
la tristeza callada de una prisionera.
Así vivo, en la sombra, amando lo prohibido,
un amor que se nombra con la luz de una mirada.
Sabiendo que en su pecho late también un gemido…
… esperando que su alma, por fin, se rebele y se alce
libre,
y elija ser amada.