¿Qué tanto miras al espejo?
Ahí detrás no hay más que nadie.
No existe si escapa a la pupila,
ni siquiera el más mínimo detalle.
Y eso que guardas tan celosamente,
que apenas roza el borde del paladar,
lo guardas hondo como un secreto,
como si al musitarlo acabara la paz.
¿Y cuánto duele vivir escondido?
¿Qué siente el cuerpo en su propio destierro?
Que sufre a solas, y duerme vencido,
como si el amor se le hubiese muerto.
¿Qué remedio hay para la piel, sino la piel?
¿Qué te despierta más que sus ojos café?
Y aunque anheles sentirla, aún te cuesta ver
que devuelves la mirada con los ojos que ves.
Dar un paso al frente, observándola tan bella,
suspirar audible ante tan fulgurante estrella.
¿Y te conformas tan solo con verla reír,
si tu deseo es el banquete que has preparado,
pero que no sabes servir?
No quieres ser tosco, tampoco descortés,
ni tomar con desenfreno lo que no se te ha dado.
Pero no puedes ser tan tonto de callar lo que ves,
ni mucho menos vivir tan solo esperanzado.
Escucha sus ojos, el murmullo del viento,
escucha los signos del pensamiento.
Escucha a la luna, escucha a la noche,
escucha el suspiro que quizás esboce.
Porque ellos son quienes más hablan.
Más que cualquier palabra.
Más que cualquier mentira.