Borges íntimo
Amó sin poder nombrarlo
temió al cuerpo y su misterio
vio en el deseo un desgarro
una celda sin cautiverio.
La mujer fue para él sombra
luz furtiva en la memoria
un fulgor que nunca asombra,
un temblor en la historia.
Tras el gesto de maestro
tras la máscara y su ciencia
hubo un hombre, frágil, nuestro
sediento de confidencia.
Borges humano
No fue estatua ni epitafio
ni mármol para museo:
fue carne que tuvo frío
sangre que sintió el deseo.
Tuvo miedo a la derrota
a la vejez, a la herida
supo que el tiempo se agota
como a todo en la vida.
La gloria, oro pasajero
no alivia la soledad
ni salva al hombre sincero
del vértigo y su verdad.
Borges creyente
Entre los pliegues del alma
se batían fe y razón:
una duda, una llamada
un suspiro de perdón.
El hombre que habló del Golem
y de la rosa infinita
al final buscó en el nombre
un refugio sin desdicha.
No fue dogma, fue misterio
no fue ley, sino plegaria:
la reconciliación, criterio
la fe, amiga solidaria.
La boda no impedida
Borges se atormentó, herido
por no alzar la voz temprana
por dejar correr su olvido
ante la unión soberana.
Un amor que no detuvo
un destino que calló
fue un tormento sin arrullo
que en su alma se alojó.
No escribió contra la boda
no gritó su descontento
sino que dejó la soga
apretarle el pensamiento.
Y en la vejez lo decía
como culpa silenciosa:
no imponer la valentía
pesaba más que otra cosa.
Peso de una boda ajena
No fue la espada ni el duelo
ni un acto de rebeldía
sino un silencio en el suelo
que se volvió letanía.
La mujer que quiso cerca
optó por otro destino
él, tímido, se dispersa
como eco sin camino.
No detuvo los anillos
no interrumpió la promesa
guardó en su pecho sencillos
los temblores y la presa.
Después lo dijo en lamento:
“Ese día me fallé.
No imponer mi pensamiento
fue cadena que arrastré.”
Confesión en penumbra
En la vejez lo contaba
no con furia, sí con pena
era herida que sangraba
aunque el tiempo la enfrenara.
No por falta de talento
ni por miedo a la palabra:
era el hombre, tan sediento
tembloroso en lo que amaba.
Dejó pasar esa boda
y su alma lo acusó
como cruz que nunca poda
su conciencia lo llevó.
Borges y la madre eterna
Vivió a la sombra materna
firme voz, mano de acero
que le dictaba la senda
como oráculo severo.
Ella fue su confidente
su sostén y su frontera
lo cuidó de adolescente
y de adulto lo siguiera.
Ese lazo fue ternura
pero cárcel a la vez:
una madre tan segura
como un dios que impone ley.
ππΊπ