Se despierta entre suspiros y sombras,
un cuerpo tembloroso que aún se desconoce,
piel de terciopelo que se estira y respira,
labios húmedos, ansiosos, rojos de deseo.
Del capullo tierno, cerrado y tímido,
emerge una flor que arde por dentro,
sus dedos recorren curvas prohibidas,
despierta la esencia que dormía entre la bruma.
Se arquea sobre sí misma, se entrega,
un gemido que quiebra el aire y las sábanas,
cada movimiento un llamado secreto,
cada roce de su carne, un canto de fuego.
El perfume de su piel inunda la habitación,
pétalos que se abren, suaves y húmedos,
el jadeo que se escapa entre sus dientes
es un río de deseo que fluye hacia el cielo.
Su cuerpo conoce la lengua del deseo,
se derrite en la intimidad de su propia llama,
un temblor que la recorre, la rompe y la eleva,
hasta que la flor estalla en mil orgasmos.
No hay pudor, solo fuego y silencio,
un capullo que fue y ahora es flor viva,
cada pétalo es un grito de libertad y placer,
cada abrazo de su cuerpo, un himno a la carne.
Se deja llevar, se mece y se entrega,
la flor recién abierta, hambrienta de sí misma,
desbordando el erotismo que la habita,
despertando, al fin, la mujer completa.