El tiempo,
una madeja que Hécate
teje y desteje.
El vivir,
el laberinto de Minos
donde el eco es un Minotauro ciego.
El morir
la barca de Caronte
que navega sin orillas.
El deseo,
un vellocino de oro
que arde en la Cólquide y recupera Jasón.
El amor,
la flecha de Eros
que perfora el mármol del destino.
Las palabras,
carrozas de Apolo
que arrastran la luz del olvido.
Las lágrimas,
ríos de Estigia
donde se ahogan los nombres.
Y la vida,
una Esfinge sin enigma,
un cuerpo de piedra
que baila en la arena.
¡El infinito propósito de la inmortalidad!