S Esteban Esquivel

Voces perdidas

Creo recordar cómo funciona esto de desentrañar emociones. Uno toma un lápiz y cree, de repente, que el silencio es capaz de abrazar y el viento de acariciar partes del cuerpo, que existen cuadros en movimiento y que el amor es capaz de traicionar el alma. Uno escribe e inventa, otro lee y cree comprender. ¡Malditos falsos! El amor no se descifra en tres oraciones. En fin, yo solo soy un hombre soberbio, cansado de imaginar, con la creatividad gastada, y me atrevo a volver a estos líos de letras confusas a causa de un inconveniente.

No fue una simple aparición, como si se tratase de un momento o un instante; fue más bien inoportuno. Estuvo todo ese tiempo ahí, mirándome, esperando el momento adecuado para cruzar la mirada. Qué pérdida de tiempo: las intenciones frías requieren esfuerzo, y a mí me desarma mirar a los ojos las tragedias evidentes. Hice caso de las miradas, intentaba decirme que había perdido sus labios y que solo hablaba con los ojos. ¡Vaya tontería! Intenté responder un “no” con la mirada, y ella me señaló sus orejas.
—Escucha, no he visto tus labios por aquí, tampoco he escuchado tu voz, eso está claro—.

¡Ella se burló de mí! Estoy seguro. No hablo el idioma de las miradas, y eso me debilita, porque ella escucha todo lo que pienso. Es como una herida discreta, dulce en su incomodidad, que confunde mis sentidos. Intento imaginar el tono de su voz en sus pupilas, o la forma de su rostro en ese silencio que me persigue. Pero entonces cerró los ojos, y no la vi jamás.

El silencio era su voz. Y yo, contra toda mi soberbia, volví a escribir. Otra vez esta mierda sentimental.