El mar me sacudió con su rugido,
me quitó las gafas sin haberlo pedido.
Me dejó desnuda frente a la luz,
sin sombra, sin velo, sin máscaras,
sin gafas y con la rodilla marcada,
por rocas calladas,
En la orilla encontré dos anzuelos,
eran promesas venidas del cielo.
El grande entregué a un hombre callado,
y a cambio su sonrisa me fue regalando.
El segundo lo guardé, mediano, preciso,
azulado como el cielo de aquella tarde
anzuelo de vida, memoria en el alma.
Tesoro pequeño que al espíritu calma
Al caer la noche,
un tigre albino me miró en silencio,
destino divino.
No rugió su boca, habló su mirada,
era mi reflejo en calma sagrada.
Fue en los sueños donde apareció,
guardián de misterios que el alma entendió.
Y entonces supe, con hondo desvelo,
que todo intercambio me acerca al cielo.
Que lo que se pierde revela sentido,
y lo que se entrega retorna encendido.
La vida es un trueque, misterio y canción,
dar, perder, guardar… es la lección.
Nada se apaga, todo se enciende,
lo que el mar arranca, la luz lo entiende.
-Arih-