Una voz

Meditaciones, Visiones: Quien entierra y Él que despierta.


He visto a quien cava las tumbas

¡Sí! sus ojos negros, como el espacio,
sin su belleza, solo el misterio, su vacío.
Fuma un humo blanco, inexorable, y cava.
No se detiene por nada, y nada puede detenerle
no en estos valles, ni en los prados, ni la faz
de lo existente.
He visto a quien cava las tumbas
es un leopardo, un lince, el tigre,
que ha saboreado la sangre en mortandad,
bebe de nosotros, hasta saciarse,
y no hay quien le moleste.

Lo he visto ¡Sí!
cuando el sol es una flor,
que brota del horizonte matinal;
y un daman herido,
convaleciendo ante su sepultura en el cielo;
que anochece, negro, como la boca de la nada
mientras el muerto que aún vive,
le dice a su frío sepulturero, al menos viví
y me han de conmemorar los que vivirán,
aunque aquí yazco,
y a mi hueso duro como polvo,
todo eso ya no le importa mas.

He contemplado al sepulturero, no era un hombre,
pero siendo un hombre, sostenía su pala,
afilada, una bala, el azote de una bomba,
sin dejar de ser su pala,
excavando,
tan profundos y tan anchos agujeros
capaz de tragarse lo inconmensurable.
Y así he visto a quien cava las tumbas
en el infortunio, en la desdicha,
en el hambre, en todo lo que silba,
llamando a sus hienas voraces,
para encaminarnos sobre el filo de la orilla.

Allí se masacran las almas,

degolladas, segadas
por un accidente en el semáforo,
o la incapacidad de rejuvenecer.

Y aun así respirar el aliento verde de los pájaros,
fresco como los pinos y la nieve;
porque allí también habitan los ojos negros,
esos donde el torbellino nos engulle,
y nos ahoga en el mar para siempre jamás.

Pero…
¿De verdad es para siempre?
Porque he visto a quien cava las tumbas,
ese brazo descomunal, de la herida
donde florecen marchitos los girasoles,
jamás ordenar en que panteón van
los difuntos con quienes comercia.
Al perverso, al que niega su culpa,
al que señala las culpas,
sin ver su propio reflejo, invisible a la pureza,
ninguno puro
con el alma como lana de nieve,
como el Señor que vivió sin mácula
y bajo sus alas moran azules los inviernos
de rebaños celestiales y nubosos,
siempre blancos, tan blancos como la paz,
como la fe y el cálido perdón
de su gracia,
transparentes cual espíritu de agua.
\"Y como insistieran en preguntarle,
se enderezó y les dijo:
El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.\"

¡Sí! He vislumbrado al sepulturero, cavando,

con la cara de un dragón
y el vaho envenado
de todos los que tienen como enemigo al tiempo;
sus ancestros y sus descendientes,
elevados entre las llamas del infierno ardiente.
Porque cuando la justicia anuncia veredicto,
su voz es un terremoto que sacude las tumbas,
donde el sepulturero ocultaba su sombra,
y se levantan los cuerpos para oír el juicio,
aunque en vida, nadie los juzgara.

Y así, en lo alto, con alas de realeza,
coronado sanguinariamente con espinas.
He visto al Señor sembrando palabras,
y cosechando en los corazones ahora libres,
de quienes recibieron sus enseñanzas.
Para Él solo son durmientes, a quienes despertar,

ellos han visto al Señor sin verle,
ofreciendo sanar para siempre la muerte,
y a los sedientos da agua fresca de vida eterna.