Dejé todo en papeles,
como si la vida no hubiera sido vivida,
sino escrita con tinta prestada.
Cada trazo era un pulso de mi alma,
pero con el tiempo se volvió un eco
de alguien que ya no conozco.
Hoy miro esas hojas
y no pesan como recuerdos,
sino como piedras que aún cargo sin razón.
Son palabras que hablan de mí,
pero no a mí,
como si el autor hubiera muerto
y solo quedara el fantasma de lo que quiso decir.
Miro a la nada y me pregunto,
¿quién fui para creer
que versos tan profundos
pudieran pertenecer a un desconocido como yo?