Hay algo en ti, una esencia inmaterial, una chispa que enciende mis pensamientos y me mantiene en un estado perpetuo de contemplación. Es un misterio que me envuelve, una constante melodía en el fondo de mi mente que resuena con cada latido de mi corazón.
Por un respeto inquebrantable hacia terceros, es un secreto que no puedo, ni debo, desvelar. Es una carga silenciosa que llevo conmigo, una verdad que he jurado guardar. Este secreto se ha entrelazado con cada fibra de mi ser, convirtiéndose en parte de mi propia identidad.
Es un secreto que me acompañará hasta el final de mis días, una promesa sellada con el silencio. Por más que mi alma anheló compartirlo, por más que las palabras lucharon por escapar de mis labios, la oportunidad nunca se presentó, el momento propicio nunca llegó. El destino tejió un velo de silencio alrededor de esta verdad.
Y es precisamente este misterio, esta cualidad inefable, lo que te hace única, lo que te dota de una singularidad que te distingue de cualquier otra persona. Es lo que te hace especial, lo que te eleva por encima de lo mundano y te convierte en un ser extraordinario a mis ojos.
Es aquello que me mantiene cautivo, atado a ti por hilos invisibles pero inquebrantables. Estoy suspendido en el aire, colgado de un hilo que pende sobre un abismo de incertidumbre, sin saber si este anhelo secreto algún día encontrará su libertad.
Pero si el destino nos acerca, si la distancia entre nosotros se reduce hasta convertirse en un suspiro, tal vez, solo tal vez, me atreva a susurrarte este secreto al oído. O quizás, en un arrebato de audacia, simplemente te robe un beso, un gesto que hable más alto que mil palabras, sellando este misterio entre nuestros labios y convirtiendo el silencio en una confesión tácita de todo lo que mi corazón guarda.