-Aquí va tu nombre-
Pasa, que el sol se duerme
sobre los techos oxidados
como un ritual fúnebre
que cada día
se anuncia a mi ventana.
Y por capricho
del calendario,
hoy vuelve a ser domingo:
un eco torpe,
una manera mediocre
que tiene
este suburbio del mundo
de imitar tu sombra lejana.
Quizá sea el peso
de este silencio denso,
o está brisa que intenta
y no puede
guardar el toque tibio de tus manos.
Entonces imagino que tus manos
son esos pájaros que huyen
a estas horas,
buscando entre tanto
tejado y concreto:
un nido que no es mi rostro
un refugio lejos de mis brazos.
Siendo honesto
estas horas
tienen poco más de mis manos
mucho de rocío y poco de cielo,
tienen esta costumbre mía
de andar despacio
de imaginarte a medias,
para qué sólo a medias
me faltes.
Al final,
uno se rinde a ese rastro
a la promesa incierta
que deja las manchas del ocaso.
Hay una física extraña
propia de la distancia:
Si mirás fijo, muy de lejos,
vez como la tarde
escribe en su muerte
tu nombre,
fracturando en dos el horizonte.