Si pudiera poner en palabras todo lo que siento,
si pudiera decirlo sin que se ofenda hasta el viento,
¡cuán fácil sería! poder decirle a la gente qué deseo,
contarles de mi enojo, de mis traumas y mis miedos.
Ser débil y valiente, sin prejuicios ni culpas,
sin explicaciones, sin disculpas, sin peros.
No rogar por cariño, ni buscarlo en lo ajeno,
como todos algún día, con el alma en el suelo.
Sin la necedad de negarlo, sin callarlo por miedo,
porque hay algo que todos sabemos:
ninguno lo merece, pero igual lo queremos.
Y es que duele tanto no sentirse valorado,
cuidado y querido, sin intereses mezquinos,
sin razones en los ruedos.
Todos queremos ser vistos por lo que somos,
no por lo que dimos ni por lo que tenemos.
Y si hoy tengo que explicar más,
entonces no estaríamos viéndonos,
ni siquiera con la sinceridad,
de mirar, de nosotros mismos el reflejo.
Así, sin más, me despido, sin ruidos ni reclamos,
palabras más, palabras menos que no hacen daño…
me voy queriéndome un poco más,
y anhelando del mundo… un bledo.