No llega al punto la saeta
si no se tensa con esmero,
ni el fruto a la rama discreta
sin que madure el tiempo entero.
Tarda la flor en ser sembrada
y en dar su aroma a la mañana,
mas si la dejas olvidada,
jamás su esencia será cuajada
por obra mágica o lejana.
El río al mar tarda en llegar,
recorre valles con paciencia,
mas si su curso ha de cortar
por la desidia o la impotencia,
sus aguas nunca han de encontrar
la inmensidad, la recompensa.
La idea nace en la penumbra,
un débil fuego que titila,
y si el esfuerzo no la alumbra,
si el corazón pronto se abandona,
se apaga, frágil, en la bruma,
ceniza muda que no entona.
Por eso, amigo, no desistas
cuando el camino se alargare.
Que aunque la meta se resista
y el paso lento se te nare,
lo que se abandona no existe,
lo que se intenta... tarde o temprano,
si se persiste y se insiste,
llega a tu mano.
La constancia es la llave maestra
que abre la puerta más cerrada:
Lo que no intentas, nunca muestra
la luz de su esperada alborada.