La mandarina se desnuda
en la penumbra de la tarde,
su piel rugosa y dorada
como un secreto que se abre.
La miel gotea lentamente
sobre el azúcar cristalina,
y en el silencio del aire
se escucha el sabor de la vida.
En la oscuridad del cuarto,
la luz de la mandarina
ilumina el camino
hacia el corazón de las cosas.
La dulzura se despliega
como un abismo sin fondo,
y en su profundidad
se encuentra la verdad del instante.
p. Sabag, safecretive