Cuando me miraste fijamente en la cocina,
te regalé una carantoña suelta.
¡Ay, mujer madura!
con tu sonrisa sabia brillando con fuerza...
Luego veía, tu tez morena,
tan pisada por el tiempo sin clemencia,
reluciendo día tras día,
en tu piel imperfecta que se quiebra...
Pero te quiero así, sencilla,
creciendo con mi tiempo hacia otra fecha,
para sin miedo ni duda,
ser el seguidor fiel de tu sombra...
Y al compás de cada hora,
iremos estrenando un beso y una mirada,
con la paz ya ganada,
después de una vida juntos en compañía...