En las profundidades de la noche,
motosierras desatadas devoraron la inocencia;
Colombia sangró en silencio,
y las sombras tallaron cicatrices en el cuerpo y en la tierra.
Los gritos quedaron suspendidos en el aire,
como ecos que nunca duermen;
familias enlutadas, sueños en ceniza,
rostros grabados por el hierro del terror.
Y sin embargo, de la herida brotó un fuego:
resiliencia que no cede,
un espíritu indomable que alza palomas en los aires
donde antes reinó la furia del acero.