El perfume de las adelfas
clama a la brisa que lo arrastra.
La tarde, fría y llorosa,
deja que la soledad
me arañe las entrañas.
En los bancos de piedra
reposan pétalos negros,
esquirlas de antiguos susurros,
lágrimas de un latido ya extinto.
Verdes cadenas se enroscan,
sus flores murmuran sentencia
para el incauto
que aspire su aliento.
Yo, ciego de ausencia,
probé su veneno.
El aire se espesó,
la sangre se volvió silencio.
Y la noche, impasible,
en mi consorte se tornó.
Rubén Romero Toledo © 2025 todos los derechos reservados