Omar Reyes

Septiembre

Septiembre, oscuridad que me atraviesa,

como lágrimas que nunca terminan.

 

El viento, con filo sutil,

es una soga cortando mi garganta.

 

Intenté irme con la luz de la luna.

Fallé.

Fui cobarde.

Fui poco para la muerte.

 

¿Septiembre, mes contra el suicidio?

Absurdo.

 

Intenté quitarme la vida

y nadie lo notó:

todos en redes publicaban sobre eso,

y yo,

muriéndome en mi cuarto,

desde los nueve tentando con mi vida.

 

Septiembre me arrebató al abuelo.

Mi cumpleaños se volvió gris,

con nubes,

con lluvia,

con tristeza y silencio.

 

Fui cobarde.

Fui débil.

Fui todo, menos humano.

 

Mis lágrimas caían

como rocío de la mañana.

Tropecé,

y nadie me sostuvo.

 

A los veinte acepté la depresión

como parte de mí.

Ahora digo que ya no la tengo,

negándola,

como mi padre niega a mis hermanas,

a mi madre,

y a mí.

 

El fruto está podrido.

Sé que tengo que partir,

buscar mi rumbo,

encontrar un hogar.

Todo parece imposible.

 

Necesito ser liberado.

Vivir sin que nadie me limite.

Necesito fuerzas, valor,

amor por mí,

por mi paz,

por mi ser y mi alma.

 

Estoy cansado:

lucho contra nadie,

lucho sin fuerzas.

 

Estoy perdido,

maldecido por un Dios inexistente.

Soy creación del maldito,

la divinidad podrida y sangrienta

que otros veneran como sagrada.

 

Estoy condenado al infierno.

Mis plegarias fueron en vano:

nunca me escuchó.

 

Ahora lucho con sus propios demonios.

Fui castigado.

Fui maldecido.

Fui desterrado.

 

¡Auxilio, por favor!

Ya no quiero seguir quebrantado.

Lloro en la noche,

pero busco amanecer.