Iridiscencias y cantos nostálgicos
Leonardo Gutiérrez Berdejo
La montaña y el sonido de los cantos
Sonidos lejanos de cantos de aves
parecen encontrarse
o esconderse en el frio
que de la montaña baja;
la nube solitaria de ayer
se fue sin decir adiós
Ahora, tú y yo, solos
con el canto lejano de las aves y el frio
que baja presuroso de la montaña
a hacernos compañía,
pero mi corazón marcha raudo
con la nube solitaria de ayer
que se marchó sin decir adiós.
Sólo tú.
Me basta sólo
un instante
para saber que estás presente
y, aunque a veces,
ese instante se pierde
en el infinito
tú siempre estás ahí
iluminándolo todo,
llenando ese espacio sin espacio
ese vacío lleno de nada
sin color ni sombra,
ni sombra ni pasado
sin pasado y sin futuro.
Sólo tú.
Justo desde las orillas
Justo desde las orillas del cielo,
desde donde nace el sol
hasta donde languidece
y yace cansado,
el sonido del canto de la chicharra en verano
mide la distancia que me separa de ti,
pero el sol, guerrero vigilante,
se muestra indiferente a mi dolor de espera.
Polvo de oro en mi alcoba vacía
Es medianoche, abro la ventana
de mi liviana alcoba;
la luz de la luna invade ansiosa
el espacio de la lujuria esparcida.
Parece polvo de oro,
saboreando a Eros
en la solitaria alcoba;
miro la luna y la siento cercana,
pienso luego en ella y, por primera vez,
observo mi alcoba vacía
invadida solo del polvo de oro
que viene de la luna lejana
a hacerme compañía
mientras sigue vacía
la incasta alcoba
El canto lejano del ruiseñor
Si el ruiseñor de verdad supiera
la alegría que su canto brinda
cada mañana cuando despierto junto a ti
multiplicaría su cantar
tantas veces como le fuera posible
sin importarle el cansancio,
pero creo que el ruiseñor
no lo sabe ni lo sabrá jamás
por ese silencio de fuego de tu amor,
de tu boca y de tu ser
que se abrasa con ardor
cada mañana
al canto lejano del ruiseñor.