Yo soy yo
Yo soy yo.
He descendido del abstracto
como quien baja de una nube
con los pies desnudos
y la piel sedienta de tierra.
Dejé de ser resonancia,
vibración sin cuerpo,
para ser fuego suave,
para ser la semilla que arde bajo la piel.
Mi alma —breve, callada—
es un puñado de luz líquida
que escurre entre mis dedos,
pero aún así, me pertenece.
Me exalto al ser yo.
Hincho el pecho,
y mi casa —esa guarida con rincones vivos—
se abre como un fruto maduro,
exponiendo su pulpa
al deseo solar.
Salí a caminar,
y el cielo, inmenso como un lienzo húmedo,
se recostó sobre mi espalda.
Me pintó su calma con dedos de viento
y se llevó, uno por uno,
mis antiguos miedos
como ropa vieja en una tormenta.
Nadie me mira.
No importa.
Yo soy yo.
Solo yo.
No soy sombra ni fantasma.
Soy la hoja que gime en el viento,
el agua que se curva para abrazar el río,
un relámpago que baila
en cielos que me respiran,
acariciado por la brisa
como si fuera la piel que el mundo estrenó.
Yo soy yo:
no una respuesta,
sino la voz que no deja de hacerse pregunta.
—L.T.