La tarde sume un hálito sagrado,
y el velo tenue del crepúsculo alado
descorre mundos que la vista ignora,
donde la esencia de mi anhelo aflora.
Entre la bruma de violeta y oro,
un eco dulce que en mi pecho atesoro,
me trae la imagen, sutil y etérea,
de la mujer que en mis visiones crea.
No es de este mundo, ni de carne y hueso,
su forma danza en un irreal acceso.
Esos ojos de lucero y voz de brisa,
se asoma al alma, sin temor ni prisa.
Ella, musa que en el sueño habita,
la melodía que mi ser recita.
En cada sombra que la tarde teje,
su mística presencia se mece.
Sus cabellos, orquídeas dentro del misterio,
flotan en este espiritual hemisferio.
Y su sonrisa relámpago eterno,
despierta el eco de un amor fraterno.
En el silencio que la noche anuncia,
su forma astral mi corazón pronuncia.
Es el modelo, el ideal deseado,
el sueño puro que el espíritu ha creado.
La tarde gnóstica, portal que se abre,
para que el alma en su visión se labre.
Y en ese encuentro, sin tiempo ni distancia,
la mujer de los sueños, pura fragancia.
Así, la tarde, con su adiós sereno,
une mi espíritu a su influjo ameno.
Y cada estrella que en la noche arde,
la mujer de los sueños, me atiende.
¡Y en otros sueños, otro crepúsculo de mujer me aprehende!