Aunque me duela
La rabia se apodera de mí
nada más encender la radio.
Sé lo que voy a oír.
Otra vez.
Y, sin embargo, no puedo evitarlo.
Es una mezcla de necesidad y desesperación:
necesito saber,
aunque me duela.
Los titulares se repiten:
una letanía de bombardeos,
desplazamientos,
niños que no volverán a correr,
ancianos que mueren solos entre las ruinas
que un día fueron sus hogares.
El hambre.
No dejo de preguntarme
cómo hemos llegado hasta aquí.
Me siento impotente.
Me duele no poder hacer nada para frenar
esta rat race de ansia de poder.
Los \"Césares\" modernos no visten togas,
pero manejan imperios.
Observan desde sus balcones
cómo pueblos enteros se inmolan
en coliseos disfrazados de progreso.
Solo necesitan bajar el pulgar
para desencadenar catástrofes.
Y, mientras tanto,
escribimos, marchamos, lloramos.
Porque quedarse en silencio
sería traicionar a quienes no tienen ya voz.
Algún día, espero, las ruinas hablarán.
Y lo contarán todo.
Hasta entonces, seguiré escuchando.
Aunque me duela.