El veneno de la palabra
El veneno lo guardan en un frasco de cristal,
lejos de la inocencia, lejos de todo mal.
Creen que nada puede doler ni lastimar,
pero el veneno de la boca se les olvida controlar.
Palabras que se escapan sin medida ni freno,
hieren el alma mucho más que un veneno.
Viajan veloces, puñales que no se ven,
y el corazón se quiebra y la luz se pierde también.
Un reproche, un grito, una frase cruel,
deja un trauma como un sello bastante fiel.
El corazón de un niño es tan frágil como un algodón,
se cierra y se marchita por cada acción.
Porque algunos hieren con lo que dicen,
con ese “no sirves” que siempre repiten.
Muchos niños crecen bajo el peso del desprecio,
y en lugar de raíces, les siembran silencios.
La verdadera protección está en la tierna palabra,
en el amor que cada gesto cuida y labra.
Cada frase que se ofrece, cada tono que abraza,
es el abrigo que un niño necesita para florecer sin traumas.
Que sus voces sean un suave cantar,
y que las palabras sean luces que sepan guiar.
Porque la inocencia se debe honrar,
y la palabra debe ayudar a salvaguardar.
Laura Meyer
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