Aquí estoy,
más humilde
y poco menos cansado,
guardando mis demonios
que saben ser mansos
si pienso al menos
un poquito en vos.
A lo mejor reconocen
en el recuerdo atorado
de mi memoria
unos ojos, que son abismo,
manto oscuro que destella
hogar de mis tristes luciérnagas.
Y ahí se quedan, tras la puerta,
respirando bajito
para que no sospeches
que algo en la sombra descansa.
Pero no puedo mentirte,
algunos se me escapan
como gatos por los techos
nocturnos.
Y si arañan la luna
y profanan la buena
voluntad de quererte,
esos, amor,
esos ya no son míos.
Mío, es este empeño,
esta necia corriente,
un hilo de agua limpia
que se abre paso en la piedra
y que lleva la imagen de tu rostro
empuñado en su pequeño caudal.
Y qué sé yo hacia dónde fluye...
Me basta que sea un estanque
apacible y profundo,
un refugio donde las bestias,
esas,
se queden sin tierra,
después de todo
algo sé de ellas;
pues en esas aguas
de las que vos, amor bebés,
ellas huyen de su propio rostro.