Abuela querida,
abriste tus alas
para volar muy alto,
dejaste en mis brazos
el vacío húmedo del llanto,
lágrimas que no son tristeza,
sino un río de alegría
que desborda mi alma.
Vuela,
extiende tus alas de ángel,
mientras yo me quedo
con la música de los recuerdos,
esas memorias que arden en mi mente
como brasas encendidas.
Recuerdo tu voz,
cuando era niña
y tu abrazo era un refugio
contra la tormenta del mundo.
Vuela muy alto,
un día seguiré tus pasos,
porque la eternidad
es apenas un suspiro
cuando el amor nos llama.
Paulina es tu nombre,
pero en tus labios fui Yoli,
tu pequeño ángel,
tu risa en la tarde,
tu semilla en la tierra.
Qué maravilla fue tenerte,
y aún más,
dar gracias a Dios
por recibirte.
Descansa de tu trabajo,
bien, sierva fiel;
entra en el gozo de tu Señor,
como quien entra en un jardín eterno,
donde las flores no se marchitan
y el cielo es un regazo sin fin.