Entonces me fui,
sin saber muy bien por qué.
Sé que notó el cambio abrupto
en mi expresión,
y que por eso no me dijo nada.
Fui hasta el subte
y en un segundo ya estaba sentado
y en un minuto ya estaba en Las Heras.
Bajé, salí a la calle
y caminé y caminé, eternamente...
Hasta que llegué,
y de nuevo sin darme cuenta.
Entré, me acosté, me relajé
y simplemente...
Vomité fetos cubiertos de sangre.
Me levanté rápido,
y a decir verdad, no estaba conciente
del charco de sangre que había ahí.
No fue hasta que
sentí un dolor en el pecho, que...
Me solté...
y una lágrima caía,
y otra, y otra, y otra.
Y vi como las gotas
se diluan armoniosamente
en la fría, metálica,
dulce y oscura sangre.
Por primera vez
en mucho tiempo,
pude sentir algo.
Por primera vez
en mucho tiempo,
mi coraza se abrió.
Por primera vez
en toda mi vida,
dejé de odiarme a mi mismo.