Escucha mi voz, pequeño sauce llorón; deja ya de rogar por amor.
Vistes y calzas armadura de divinidad celestial, amante de la paz;
tus lágrimas no debes desperdiciar, pues con ellas muchas vidas se van.
Atiéndeme bien, pequeño amigo llorón:
allá en las puertas se reparten perfumes,
buscan engañar y secuestrar, aturdir y, sobre todo, molestar.
“Emisarios del Señor” se hacen llamar,
aunque sus días contados están.
Mírame bien: los míos los harán caer.