A ti te escribo, nuevamente,
a pesar del tiempo transcurrido,
a pesar de mis piernas declinantes
y de mis manos, a veces temblorosas.
A ti te escribo con los mismos dedos
que un día y otro día se posaron
sobre tu imagen inasible, distante,
y acariciaron un sueño tan lejano
como tus praderas, tus bosques, tu mar frío.
Mis versos, pobres versos, antes de nacer
ya eran tuyos y más tuyos
cuando amorosamente los bebías
hasta embriagarte con ellos, copa a copa.
Ahora se asemejan a hojas amarillas de un otoño
que tienden a caer en el olvido.
Pero yo los sujeto a mí, los clasifico de la A
(A de Amor, A de tu nombre) a la Z,
y los guardo,
como se guardan pendientes en una alhajera
El tiempo se quedó prendido en mis cabellos
y los ha machacado hasta dejarlos blancos,
hizo daños en mi piel otrora rozagante,
e inventó nuevas líneas, arrugas, que le llaman.
Pese a todo, seguiré escribiendo para ti
(y un poco, poquito para mí, lógicamente),
sacudiré las cenizas de los años
y ahuyentaré los fantasmas del olvido,
con la mejor sonrisa, esa que el espejo
se empecina en desmentirla.
A ti te escribo en el silencio de la noche
como siempre lo hice,
como siempre lo haré mientras se pueda,
aunque ya no me leas, aunque quizás ya no seas.
Derechos reservados por Ruben Maldonado.