Vendrán otros, lo sé,
con amores de manual
y sus protocolos rígidos,
amándote a tropezones,
sin huellas ni sitio,
con la torpeza
de los que huyen
porque la vida
apresura sus pasos.
Yo, en cambio,
mi torpeza fue un desvío,
un camino que se contempla,
y se bebe a sorbos lentos,
como se nos enfría un café
y se nos enfría la tarde
que se arrastra
cabizbaja y risueña.
Esa fue mi manera lenta
de quererte,
como la obstinación de un árbol
que nadie advierte
cuando deja de ser retoño.
Pero ya ves:
la prisa se cansa
hasta de sus propios latidos,
y la vida entonces
muestra sus llagas
justo donde se apoya el alma.
Yo te tendré de luna
en mi ventana,
y vos sentirás,
en las cuencas de tu pecho,
las jornadas muertas
de un querer paciente,
un guitarra polvorienta
rendida al olvido.
Y al final uno entiende,
que entre tanta espera
y tanto querer
que el olvido, es solo un anciano
que camina despacio.