La verdad no sé evitarlo, es profundo lo que hay mientras más me desintegro,
todo en torno adversidad, y ya está oscura la avenida abandonada a su silencio.
Este infierno interno intento no se expanda con mis lágrimas del alma,
incompleta que es mi esencia mientras fuera aún alguien sufra traumas similares.
Me despeño en el incierto sin ya otra expectativa, sin hacerlo que se note
que me alivia desde arriba, que no tanto me es la ruina lo que queda
aunque hay alguna para cada pasajero en esta espera que se acaba muy temprano,
en que el jugo de mis venas yo derramo como ofrenda a un dios salvaje
camuflado acá entre todos en la forma que le agrada mejor a sus antojos.
La cortina es una sauna, mi reposo cuando falta lo que más se necesita,
en sustancia convertida aquí toda esencia humana bajo este signo y profecía.
Es pronto en mi desvelo, por tonto que he caído y no he de alzar ya más el vuelo,
sobre mí que se abalanza un enorme desconsuelo que me mantiene siempre en vilo
al borde del destino que tal vez me espere en un recodo, pero todo es pasajero
desde luego que me digo yo a mi modo, casi hasta excitado de lo cómodo a que llego.
Extirpo el mal de mis entrañas cada mañana al caminar
aunque sea presa del ritmo habitual y que menos me interesa.
Regreso a mi conciencia de lo que sea que he pasado. Las idioteces que yo he dicho
sin siquiera ni esforzarme. Los fracasos, sacrificios... Todo aquí en mis carnes.
¿Alcanzaré tal vez alguna de esas ventanas elevadas tan brillantes?
La trivialidad me espanta hasta un límite insufrible, me sobrepasa y me destruye.
Mi futuro está en las páginas inútiles. Apenas sigo en pie preguntando a las alturas
por qué nadie ya me atura ni me adapto a la rutina, y cuándo al fin seré
apto en esta vida, pronto a lo que pidan que se me puede disponer.
Mi fragilidad implícita se encuentra en el papel,
que es como una piel que siente esta presión permanente sobre él,
la tinta que lo impregna aprisa otro episodio como es hoy,
el mismo periódico de mi insomne obsesión.