Como la noche,
que siempre regresa
tras pasar el día.
Como los ríos,
que terminan su curso
al fundirse con el mar.
O el deshielo
del polo norte,
que aviva las mareas
y eleva la fiebre
de la Tierra.
Ciclos inevitables.
Todo fluye y retorna
en una danza perpetua,
en un universo eterno...
con principio
pero sin final.
Bajo un pensamiento cíclico,
prisioneros de expectativas
y recuerdos,
ante un tiempo efímero,
despiadado e implacable...
Y, a su vez
el mayor de los tesoros, por la oportunidad de estar.
Saberse parte del
todo universal,
viviendo intensamente
el presente,
donde cada instante
es alcanzable.
En el paraíso de aquí,
en la Tierra, es ya, formar parte
de toda una eternidad...
un auténtico lujo, para no desaprovechar.
¿Entonces?
Aún sin saber nada,
del inmenso universo
que habita en
mi pequeño cerebro.
¿Qué sabré yo
cuando ya no esté,
de la vida que sigue?...
¡Si el amor es eterno!