Caía la lluvia mansa del cielo,
dibujando en el aire un gris destello,
y entre charcos, risas y anhelos,
nacía el calor de nuestro encuentro.
Tus manos buscaban las mías temblando,
y el frío del mundo se fue disipando,
pues en tus ojos, brillantes y claros,
hallé un refugio dulce y sagrado.
Las gotas mojaban tu piel encendida,
perlas de agua sobre tu risa,
y en cada beso robado a la brisa,
ardía el amor, vencía la vida.
No importó el trueno, ni el viento severo,
ni el cielo oscuro, ni el aguacero:
porque en tus brazos, bajo la lluvia,
supe que amar es vencer la penumbra.