LOURDES TARRATS

A quien yo quiero

A quien yo quiero

En la memoria líquida del mundo,
me invitaste a entrar
en esa vena abierta que no sangra, pero canta.
Me pediste amar
sin orillas, sin pausa,
a correr sin frontera,
a perderme en ti,
a sentir la frescura tan tuya
y acariciar tus piedras mudas,
que, aun sin voz, sabían responder.

Con paciencia de siglos,
seguí tu curso,
ofreciéndote mi cuerpo sediento,
dejándome abrazar de tus sauces,
que rozaban mi espalda como promesas húmedas.

Aunque tu corriente guardara secretos,
yo los bebía,
como quien elige naufragar eternamente
en el cuerpo de su otro yo.

En el desborde de tu furia,
mi amor no flaqueaba.
Aun cuando arrastrabas hogares, como hojas secas,
cuando te volvías espejo roto
de un cielo que ya no sabe llorar,
yo me hundía más,
como quien se entrega
a la herida que también es consuelo.

Y aun en tu indiferencia,
como todo lo que pertenece a la eternidad,
te sigo amando.
No me importa quién te cruza,
ni qué nombre le das.

Siempre fluyes.
Porque eso es lo tuyo:
ser camino sin destino,
ser tiempo sin reloj,
ser alma sin dueño,
ser amante sin promesa.

Me llevas lejos en tu corriente,
y yo, dichosa en tu arrastre,
no dejo de amarte.
Hijo de Océano y Tetis,
nacido del susurro entre la tierra y el mar:
arrastras promesas como ofrendas a los dioses,
y a mí,
como si mi cuerpo fuera también altar.

Mi amor por ti perdurará,
Río.

Descubrí que amar no era aferrarse, sino dejarse arrastrar.
Que a veces el alma no se eleva: se hunde.
Y en lo hondo, donde ya no hay orillas ni nombre,
comprendí que algunas corrientes no se cruzan:
se habitan.
Ahí supe que el río no era agua,
sino memoria.
Y que el amor, cuando es verdadero,
no pide camino: se vuelve cauce.

—L.T.