racsonando

¡Contemplad el poema!

¡Contemplad el poema!

I

Ah, reina mía,
contemplad las escalas de mi poema:
no es castillo ni corona,
es castillo de arena, largo tendido en mareas,
quizás peldaño de penas,
caballero solitario que vaga un paisaje de antaño,
una flor que teje vuestras esperas.

II

Cada verso, intento de gema,
prendada en tu corona,
quiere ser rayo rutilante,
un diamante de amor,
canica y esfera del cosmos que gira en tu honor,
mi palabra, cometa que rosa tu esplendor.

III

Ah, reina mía,
soy peregrino y navegante,
caballero y timonel de una barca de arrebol.
Mi canto, alfombra bordada en suspiros,
tapiz de estrellas que guarda tus pasos,
un oasis con soles de adoración.

IV

Si mi verso es humilde, que sea tu reflejo,
si mi rima es errante, que halle en ti su eje.
Porque tú, soberana de mis pensamientos,
eres brújula que orienta mi incierto universo.

V

Y cuando ese amor se revela,
no será grito ni promesa,
será aurora que disuelve las sombras,
instante suspendido entre dos latidos,
palabra que no necesita pronunciarse.

VI

Ah, reina mía,
mi alma es lienzo que espera tu trazo,
mi tiempo, reloj que se ajusta a tu pulso,
mi ser, constelación que se ordena en tu cielo,
allí, donde se reunirá nuestro amor.