El romance veraniego,
se terminó al crudo aullido
de un farsante lobo ciego.
¡No atesoró su alarido!
Y hoy, pasa por el sendero
que conduce a su velero...
Sin remos, y maldecido
¡Declama su desatino!
Al cierre de su sombrero.
En el, guardaba lo añejo
de su arnés, que cual patiño
¡Sostenía su apellido!