Nunca supe tu nombre, pero si sabía quién eras. Eras ella, la niña perfecta, la sonrisa en los labios, la mirada inquieta, los pantalones apretados y la blusa suelta.
La muchacha de las trenzas, de la piel pálida y suave, de la frente amplia y de la dicción correcta.
Yo, tímido, seguía tu huella, buscando tu perfume de rosas eternas. Siguiendo tus pasos, observándote siempre sin que tu me vieras y soñando cada noche que contábamos juntos todas las estrellas. Tendidos boca arriba sobre la fresca hierva.
Nunca te hablé, tú nunca me miraste, pero en ese entonces, eras mi reino, la única reina.