La Dama del Silencio
La dama lleva el rostro
de porcelana pálida, sin grieta,
y, sin embargo, una sombra de ceniza
se desliza por su mejilla callada.
Alta, esbelta, un suspiro de estatua,
camina envuelta en su manto de noche,
negro como el luto sin tumba,
largo como la espera sin nombre.
¡Oh, muerte hermosa,
compañera fiel de los márgenes!
No me dejes varada,
inútil,
como vela apagada en altar olvidado.
Llévame contigo,
pero hazlo con gracia,
como una flor que se cierra
cuando cae el último rayo del sol.
Comprendo que la muerte no llega con estruendo,
sino con el silencio de quien ha amado tanto,
que ya no teme desaparecer.
—L.T.