Pequeña mía,
tus pasos aún tropiezan
con la ternura del inicio,
y tu risa es rocío
que despierta los días.
Eres como la flor del cerezo:
delicada, efímera, brillante,
un instante de luz
que tiembla en el aire
antes de volverse recuerdo.
Tus manitas aún buscan abrigo,
pero ya tocan al mundo,
tus ojos se asoman al horizonte
como pájaros inquietos
intentando volar.
La infancia se despide en silencio,
y la niñez te abre los brazos
con promesas de caminos nuevos,
un viaje que comienza
con cada rayo de sol.
Yo, tu padre,
solo deseo guardar en mi pecho
cada pétalo que cae,
para que cuando seas grande
sepas que en mis versos
siempre fuiste primavera.
EL ERMITAÑO SOÑADOR