JUSTO ALDÚ

¡FUEGO!

 Nunca me ha preocupado la soledad porque siempre la he tenido como una comezón.

Es como estar en una fiesta o en un estadio lleno de personas que animan a alguien más.

Bukowski,

Fuego. Ejército desbocado.

Lanzas rojas contra el aire.

Coro de candelas furiosas

que trepan por los muros de la noche.

¡Fuego…, fuego!

 

Cada chispa es un centauro que galopa,

cada brasa, un ojo que vigila,

cada llama, un músculo que estira

para devorar la forma de las cosas.

 

No destruye, depura,

arrastra en su lengua de azufre y oro

máscaras viejas,

maderos fatigados.

Hojarasca que nunca aprendió el vuelo.

 

El fuego no se queda: desaparece.

En su danza no hay permanencia,

solo tránsito hacia la nada,

hacia un silencio nuevo

que huele a cicatriz recién curada.

 

Y cuando asciende,

cuando sus hordas alcanzan el cielo,

se vuelve plegaria invertida,

grito que quema el firmamento.

Escritura ardiente

con la que los dioses tatúan la piel del viento.

¡Fuego..., fuego!

 

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