Bukowski,
Fuego. Ejército desbocado.
Lanzas rojas contra el aire.
Coro de candelas furiosas
que trepan por los muros de la noche.
¡Fuego…, fuego!
Cada chispa es un centauro que galopa,
cada brasa, un ojo que vigila,
cada llama, un músculo que estira
para devorar la forma de las cosas.
No destruye, depura,
arrastra en su lengua de azufre y oro
máscaras viejas,
maderos fatigados.
Hojarasca que nunca aprendió el vuelo.
El fuego no se queda: desaparece.
En su danza no hay permanencia,
solo tránsito hacia la nada,
hacia un silencio nuevo
que huele a cicatriz recién curada.
Y cuando asciende,
cuando sus hordas alcanzan el cielo,
se vuelve plegaria invertida,
grito que quema el firmamento.
Escritura ardiente
con la que los dioses tatúan la piel del viento.
¡Fuego..., fuego!
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025